Wednesday 30 July 2008

La navaja de mi abuelo


Hay un libro de cuentos de A.M. Homes que se titula “The safety of objects”, un título que me gusta mucho porque, aunque no me considero demasiado materialista, sí que creo en el poder reconfortante de ciertos objetos. Mientras escribo esto, tengo sobre la mesa la navaja de mi abuelo, que me han traído mis padres estos días. Mi abuelo no iba sin ella a ninguna parte. Siempre abultaba en su bolsillo y siempre le venía al pelo para cortar un trozo de cuerda o de pan o para aflojar un tornillo. Una vez, en los tiempos oscuros de la posguerra, se llevó una ostia de un guardia civil por llevarla escondida bajo el sillín de la bicicleta (la escondió ahí al ver a la benemérita cuando iba de noche y sin luz de camino a una romería). El nos contó esa historia muchas veces, siempre riéndose pero con una mueca de indignación, porque de esa bofetada nunca se recuperó. Tampoco dejó nunca de llevar la navaja. Mi abuelo era de esos hombres que lo hacían todo con las manos: trabajar, construir su casa, saludar a los amigos, rascar la espalda de sus nietos… Y quizás por eso le tenía tanto apego a su navaja, la compañera que le prestaba su filo para completar algunas tareas.
Mi abuelo se murió y la navaja quedó seguramente metida en el último pantalón que llevó puesto. Y me alegro al pensar que no existe el más allá porque no me gustaría que mi abuelo acabase en un lugar donde no pueda andar con su navaja.
Ahora la navaja está aquí y mi primera reacción al verla fue una punzada de dolor: a la navaja le faltaba algo, le faltaba mi abuelo. Fue duro verla cerrada, enroscada sobre sí misma como un gato dormido en ausencia de su dueño. Pero también sentí, más que nunca, que la navaja era mi abuelo. De pronto, fue imposible no oír su voz, “espera, pichón” y verle meter la mano en el bolso y sacar la navaja para ayudarme, como había hecho tantas veces.
La navaja de Taramundi, con la belleza de las herramientas humildes, me recuerda que él ya no está pero que dejó tantos recuerdos, tantas palabras y gestos, que podré seguir aprendiendo de él y queriéndole mientras yo viva.

Monday 14 July 2008

El amigo de las plantas


En la sala comunal del edificio donde trabajo la gente se reúne para tomar café, comer o charlar un rato. Es un espacio abierto, amplio y luminoso, con vistas a un parque. En los ventanales la gente ha ido poniendo plantas y, después, se ha ido olvidando de ellas. Poco a poco las vemos marchitarse sin que ninguno intentemos evitarlo (es increíble como en esas zonas comunes de la convivencia se aplica el refrán de “unos por otros, la casa sin barrer”). El caso es que, de unas semanas para acá, las plantas han empezado a mejorar y han recuperado su verdor. Hemos respirado aliviados. En el fondo su decadencia nos ponía tristes, aunque no hubiésemos hecho nada para remediarla, y su renovada vitalidad hace que estemos más felices y relajados durante la pausa del café.
Esta mañana, he bajado a comer un poco a deshora y me he encontrado con el amigo de las plantas. Un chico alto, vestido de negro y con pinta de leer ciencia-ficción, estaba regándolas, quitando las hojas marchitas, acariciándolas con los dedos. Estaba tan entregado a su tarea que no se dio cuenta de mi presencia. Decidí dejarlo solo porque me dio la sensación de que preferiría que su labor quedara en el anonimato. Así que me fui pensando en lo necesaria que es la gente que cuida de las cosas, los seres y las personas que están en los rincones, las cosas, los seres y las personas que están ahí y la gente ve y deja de ver, que necesitan atención pero no la reciben porque nos dejamos llevar por la dejadez que produce el pertenecer a una comunidad.

Tuesday 8 July 2008

El padre de Blancanieves

Acudimos a los libros no sólo buscando evasión o vivir nuevas experiencias de manera vicaria, sino también para mirar la vida y el mundo desde otro punto de vista, para formularnos preguntas que quizás nunca antes nos habíamos hecho. Se ha dicho, también, que es muy difícil hacer buena literatura sobre buenas intenciones o, dicho de otra manera, que aquellos escritores que se ponen a escribir una novela de alto contenido político caen a menudo en lo panfletario y sus personajes adolecen de un exceso de esquematismo porque están demasiado sujetos a las ideas que nos intentan transmitir. Pues bien, en su última novela, la escritora Belén Gopegui se atreve a hacer preguntas desde el compromiso político sin que la calidad literaria de su obra se resienta, mostrando una vez más que es una de las mejores y más originales escritoras que tenemos en España. ¿Quién es el padre de Blancanieves al que alude el título? Pues, como diría Flaubert, soy yo, o somos casi todos. El padre de Blancanieves del cuento es un personaje secundario, aun cuando debería ser importante. Sabemos que vive en el castillo con la malvada madrastra y que cuando ésta intenta librarse de Blancanieves el padre no dice, no hace nada. El padre de Blancanieves de la novela de Gopegui es de clase media, vive confortablemente en su pequeño mundo, sin hacerse preguntas ni intentar cambiar nada, a excepción quizás de ascender en el trabajo o ganar un poco más de seguridad. El problema es que un día alguien aparece en la puerta de su casa y les ofrece una manzana envenenada. Manuela, profesora de instituto y ex-progre, casada y con tres hijos llama al supermercado para quejarse de un envío que ha llegado tarde y al día siguiente recibe en su puerta a un hombre ecuatoriano que la hace responsable de su despido. Al principio ella protesta: estaría bueno que no pudiera uno quejarse, cuando tiene la razón, por miedo a que vayan a despedir a alguien. Pero ya ha mordido la manzana y las preguntas se le echan encima y con ellas la necesidad de “hacer algo”. Así empieza la novela, una historia coral sobre gente que intenta cambiar las cosas que están mal (social y ecológicamente) y un hombre que sólo quiere defender su parcela de seguridad y su propio placer. Es el placer, según el padre de Blancanieves, lo que hace que los que luchan por un mundo mejor sean tan pocos. Nuestra sociedad está atontada por un hedonismo ferozmente individualista y pocos llegan a alcanzar un estado adulto en el que se hagan cargo de las consecuencias y las responsabilidades de su modo de vida.
La novela trata, al fin y al cabo, del conflicto entre la vida privada y la vida pública, entre lo que queremos para nosotros y lo que sería justo que el mundo y la sociedad fueran. El padre de Blancanieves es una novela inteligente y hermosa, de esas que se quedan pegadas a uno para siempre. Leedla y actuad en consecuencia.