Saturday 23 August 2008

Las dos cornejas


Todas las mañanas las veo desde la ventana de la cocina. Posadas en el tejado de uno de los edificios de la escuela no parecen hacer nada especial, pero allí están, con una regularidad pasmosa, cada día. Siempre las dos juntas, la pareja de cornejas. No sé cómo lo sé, pero sé que son siempre las mismas. De hecho, creo que estoy empezando a distinguir a la una de la otra: quizás una tiene la base del pico más ancha y las plumas de las alas más cenicientas. Me gusta beber el café a sorbos mirándolas. Ignoro si les gustará a ellas que las observe o si será una intrusión en lo que quiera que sea lo que estén haciendo, pero sé que me ven: sus ojos se fijan de vez en cuando en el humano que aparece cada mañana detrás de la ventana. Siempre me han fascinado los animales y, desde pequeño, he intentado ver el mundo a través de sus ojos, meterme en sus cabezas. Miro a las cornejas y se me ocurren muchas preguntas importantísimas. Por ejemplo: ¿por qué de entre todos los tejados de la zona eligen precisamente ese, especialmente cuando todo lo que parecen hacer es estarse quietas o, como mucho, mirar a su alredor –con la melancólica lejanía de quien mira desde la altura- o acicalarse las plumas?, ¿obedece esa preferencia a algo parecido al gusto?, ¿por qué van siempre las dos juntas y nunca acompañadas de otras?, ¿qué ventajas o qué consuelo obtienen de su mutua compañía? y la más misteriosa: ¿qué pasa por sus cabezas en esos momentos en que están quietas, sin preocuparse por el sustento ni la reproducción, quietas sin más, dejándose acariciar por la brisa y templar por el sol?
Y me pregunto también por qué ninguno de los libros que he leído sobre el comportamiento de los animales se ocupa de ese tiempo largo en el que los animales no parecen hacer otra cosa que disfrutar del placer de estar, con sus pelos, patas, picos y plumas, posados sobre la vida.

Friday 22 August 2008

George Steiner y la memoria

Uno de los mejores momentos del Book Festival de este año ha sido la impagable oportunidad de ver a George Steiner, en vivo y en directo. Steiner tiene el verbo preciso y deslumbrante de los que escriben en una lengua que no es su lengua materna pero que han hecho suya a base de pasión y estudio. Con su voz de ultratumba nos emocionó, nos divirtió, nos provocó y nos hizo más sabios en el espacio de una hora. Una de las cosas en las que hizo hincapié fue en la falta de ejercicio de la memoria en estos tiempos internaúticos en los que no se necesita recordar nada porque basta con acudir al Google para tener todas las respuestas. Para él, los poemas que le obligaron a memorizar en los tiempos del colegio le han servido de gran consuelo en su vida. Citando al poeta Ben Johnson (“si amas un poema, deberías ingerirlo”), nos convenció de que no basta con apreciar la belleza de las palabras, sino que debemos hacerlas nuestras, grabarlas a fuego en la memoria. Porque eso es algo que nadie, ningún poder opresor, podrá arrebatarnos. Cuando el poeta Ossip Mandelstam fue arrestado por la KGB, su mujer Nadezhda intentó paliar el olvido que traería la destrucción de sus poemas haciendo que cada uno de sus amigos memorizara uno de sus poemas. Ray Bradbury usó la anécdota en su hermosa novela Fahrenheit 451, cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel. Steiner nos contó también la historia de una profesora rusa que fue encarcelada también por motivos políticos en una celda no sólo sin libros sino también sin luz. En sus horas de soledad, recitaba en silencio el Don Juan de Byron, que se sabía de memoria. Para matar la soledad y el miedo y ese aburrimiento de los prisioneros que conduce a la locura, se dedicó a traducir al ruso (y en rima) el poema de Byron. Cuando salió de la cárcel estaba ciega, así que tuvo que dictar su traducción, preservada palabra por palabra en su prodigiosa memoria, y todavía hoy se considera su traducción del Don Juan la más exacta y bella. Steiner, visiblemente emocionado tras relatarnos esa anécdota, nos dijo: “Eso no se lo pudieron quitar, los muy cabrones. Un ser humano así es intocable.”
Hagámonos verbo, seamos un poema, un arma cargada de futuro. Porque siempre nos quedará la palabra.