Monday 6 July 2009

Todas las cosas sin nombre


Siento que mis mejores cuentos son aquellos que aún no he escrito. A menudo me veo reservando la escritura de una historia para más adelante, porque me siento incapaz de estar a la altura de la idea. Hay argumentos, atmósferas y personajes que llevan años viviendo en mi cabeza, esperando el momento en que me sienta capaz de darles vida en la página de manera digna. Una de mis ideas más queridas es un cuento que se titula “Todas las cosas sin nombre” y es la historia de un adolescente que pasa un verano solitario pero lleno de descubrimientos en la casa de campo familiar. Sus días trascurren explorando el monte, el río y los caminos. Con su guía de campo aprende los nombres de cuanto le rodea y decide que quiere estudiar biología y dedicarse a descubrir nuevas especies. Imagino que los que me conocen ya se habrán imaginado que la idea está inspirada en mis veranos en Riosequino, ese lugar del mundo del que nunca me he ido. Todavía me hace sonreír la seriedad con la que mi abuelo bautizó con el nombre de “el laboratorio” al cuarto donde yo guardaba con celo mis “hallazgos” (plumas, huesos, restos de huevos, egragópilas) y donde se apilaban mis guías y cuadernos de campo. Por aquel entonces aprendía los nombres científicos de plantas y animales con la devoción de quien aprende los nombres secretos de su amado.
Hace unos días leí en “The Scientist” que la taxonomía es una ciencia en declive, sobre todo porque los organismos que financian proyectos de investigación cada vez dedican menos fondos a ese campo. La ciencia, que ha avanzado vorazmente hacia la biología molecular (quizás espoleada por el desarrollo de una tecnología que hay que rentabilizar), parece dar la espalda al estudio de campo y la descripción morfológica de nuevas especies. Si Linneo levantara la cabeza…
Según ciertas estimaciones sólo hemos “catalogado” el 6% de las especies del planeta. El resto son especies sin nombre. Muchas de esas especies se han extinguido o se extinguirán sin que nos demos cuenta, como si nunca hubiesen existido. Es por eso que la taxonomía y su titánica tarea son tan imprescindibles: esta ciencia es el lenguaje de la biodiversidad. Si las famosas predicciones de C. Thomas y compañía se cumplen, para el 2050 habrán desaparecido el 37% de las especies de algunas zonas del planeta, debido al cambio climático, pero será una pérdida intangible porque lo que perderemos no ha sido nombrado, y ¿no es esto acaso una pérdida doble?
A veces, como ahora mientras escribo esto, mi pasión por la naturaleza y por la escritura parecen casar perfectamente. La enorme riqueza del mundo (tan estrecho y tan profundo como ese valle en León) y el entrenamiento de la mirada al que invita la naturaleza estimularon, creo yo, el desarrollo de mi imaginación. Y, como le sucede al personaje de ese cuento que no sé si llegaré a escribir, fue el descubrir la fragilidad de los seres y de los vínculos (biológicos y emocionales) lo que me hizo necesario buscar palabras para nombrarlos, escribir frases con las que apuntalar su existencia e historias enteras para lamentar su pérdida.