“Decíamos ayer…”
No me resisto a usar como comienzo de esta entrada en un nuevo blog las famosas palabras con que Fray Luis de León retomó sus clases en la universidad de Salamanca después de pasar cuatro años en la cárcel. Sólo dos palabras, apenas una frase, con las que el agustino despreció irónicamente el poder de los inquisidores, el daño causado por quienes tan injusta y severamente le castigaron, tal vez sólo por ser más listo que ellos. Si esa frase me viene aquí como anillo al dedo es por ese “ayer” mágico (las palabras son así, te salvan, te curan) que niega la distancia impuesta por un tiempo de silencio cuando hay una verdadera vocación de diálogo y acercamiento: a pesar de los cuatro años de forzado encierro no cuesta imaginarse a Fray Luis pensando en sus alumnos, imaginándose dialogando con ellos. Por eso es ese “ayer” tan pertinente y tan poderoso, y ese “decíamos” tan inclusivo y esperanzador. Es esa voluntad de retomar el hilo de una conversación interrumpida (por causas infinitamente más triviales que las que apartaron a Fray Luis de su cátedra) la que me anima hoy a volver a escribir un blog.
Siempre he creído que las palabras que merecen la pena ser dichas se gestan en largos silencios. Quizás por eso, ahora más que nunca, me siento con ilusión y energía para volver a intentar destilar la experiencia (la experiencia con minúsculas, los momentos de los momentos de la vida) en palabras más o menos precisas. Intentar buscar la exactitud pero también (o, quizás, sobre todo) el calor, un calor humilde, como de chimenea en las manos. Porque si es verdad, como parece, que la vida es un proceso de demolición, una suma de pérdidas, y si es verdad, como estamos viendo, que el mundo se nos muere estrujado entre (por) nuestras manos, necesitamos buscar palabras amuleto (como ese “decíamos ayer”) con las que acurrucarnos frente al desaliento y la ruina y con las que coger impulso para luchar contra tantas cosas que andan tan mal.
No me resisto a usar como comienzo de esta entrada en un nuevo blog las famosas palabras con que Fray Luis de León retomó sus clases en la universidad de Salamanca después de pasar cuatro años en la cárcel. Sólo dos palabras, apenas una frase, con las que el agustino despreció irónicamente el poder de los inquisidores, el daño causado por quienes tan injusta y severamente le castigaron, tal vez sólo por ser más listo que ellos. Si esa frase me viene aquí como anillo al dedo es por ese “ayer” mágico (las palabras son así, te salvan, te curan) que niega la distancia impuesta por un tiempo de silencio cuando hay una verdadera vocación de diálogo y acercamiento: a pesar de los cuatro años de forzado encierro no cuesta imaginarse a Fray Luis pensando en sus alumnos, imaginándose dialogando con ellos. Por eso es ese “ayer” tan pertinente y tan poderoso, y ese “decíamos” tan inclusivo y esperanzador. Es esa voluntad de retomar el hilo de una conversación interrumpida (por causas infinitamente más triviales que las que apartaron a Fray Luis de su cátedra) la que me anima hoy a volver a escribir un blog.
Siempre he creído que las palabras que merecen la pena ser dichas se gestan en largos silencios. Quizás por eso, ahora más que nunca, me siento con ilusión y energía para volver a intentar destilar la experiencia (la experiencia con minúsculas, los momentos de los momentos de la vida) en palabras más o menos precisas. Intentar buscar la exactitud pero también (o, quizás, sobre todo) el calor, un calor humilde, como de chimenea en las manos. Porque si es verdad, como parece, que la vida es un proceso de demolición, una suma de pérdidas, y si es verdad, como estamos viendo, que el mundo se nos muere estrujado entre (por) nuestras manos, necesitamos buscar palabras amuleto (como ese “decíamos ayer”) con las que acurrucarnos frente al desaliento y la ruina y con las que coger impulso para luchar contra tantas cosas que andan tan mal.
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