Animales: Llego a Riosequino y recibo, como una bendición, el consuelo de los animales. Los perros aúllan y dan cabriolas en el aire y la burra Gilda me da cabezazos tiernos y mordiscos voraces de tía-abuela. Y lo mejor, el gato Ofe, que me llama desde el tejado de la cuadra y salta a mis brazos cuando me acerco, con una decisión que me emociona. Porque me demuestra que lo que los animales hacen está, una vez más, por encima de nuestras expectativas y aún de nuestra imaginación. ¿Quién iba a pensar que Ofe guardaría una foto mía en algún bolsillo de su mente y que, a pesar de los 7 años que ya hace que no vivimos juntos y de los 12 meses en los que no me ha visto, esa imagen iba a tener tanta fuerza como para hacer que se lanzara al vacío, encomendándose a su recuerdo y a su confianza en mí? Mucho se ha alabado, y con razón, la fidelidad de los animales, pero poco se dice de la fe ciega que tienen en la reciprocidad de nuestro cariño y de su escalofriante ingenuidad ante las veleidades del corazón humano. Nunca paran de enseñarnos cosas, a poco que les escuchemos, los animales.
Dulzaina: Vuelvo al bar donde crecí. En estas mesas de mármol, con patas de máquinas de coser, se trazaron sueños y destinos. Aquí hablamos, Juan y yo, y María, y Cristina, y los demás, de libros y de amores, con pasión adolescente. Aquí nos reímos, con la risa feroz de la juventud, de nuestros fracasos y nuestras payasadas; aquí discutimos acaloradamente, espoleados por el calor de la fe y de la cerveza y los quemadillos, sobre política y cine. Aquí, cobijados bajo el techo de madera, nos enseñamos cicatrices y nos hicimos, si cabe, más amigos todavía. ¡Qué bien que haya cosas que nunca cambien!
Nieve: La nieve cayó, inesperada, la tarde del día de Navidad. La nieve que siempre nos hace mirar hacia arriba, asombrados. La nieve que cae lenta y, a la vez, forma vertiginosos enjambres de copos alrededor de las farolas. Nieve que se posa suavemente sobre la tierra y sobre el hocico de los perros. El silencio de la nevada, que es un silencio de sábanas limpias, de mundo recién estrenado, hace que se duerma mejor y se sueñe con los habitantes de los bosques y de los desvanes, con el río helado que cruje bajo nuestros pies, entre la realidad y el deseo. Duró poco, la nieve.