Thursday 27 March 2008

Narcisos


Los primeros narcisos han florecido en el jardín. Su estallido de color (ese amarillo vibrante que tanto le gustaba a Van Gogh) anuncia la llegada de la primavera, el renacer de la energía vital tras el largo invierno. Esta flor es casi un emblema nacional. Se ve en jardines y en parques, en floristerías y hasta en la cuneta de algunas carreteras. Debe ser por su amarillo, que inyecta optimismo en las miradas hastiadas de tanto gris (gris en los edificios de piedra, gris el mar y el cielo también gris). Además de en su color, parte del encanto de los narcisos reside en que son flores gregarias. Siempre las encontramos en grupos, cabeceando en la brisa como pensionistas sentados al sol, y su belleza no es nunca la belleza de una sola. Por eso es una lástima que una flor tan humilde haya recibido su nombre de uno de los personajes mas engreídos de la mitología. Ovidio nos cuenta en sus Metamorfosis la historia del vanidoso Narciso, que se enamoró de su propio reflejo en el agua limpia de una fuente y enloqueció al no poder poseer el objeto de su pasión. Pero antes de eso, el hermoso efebo le había roto el corazón a la ninfa Eco, a la que Juno había castigado por flirtear con el pendenciero Júpiter limitando su habla a la repetición de las últimas silabas pronunciadas. Tras lidiar con serios problemas de comunicación, Narciso y Eco por fin se encuentran, y la escena siguiente, en la que un desilusionado Narciso intenta librarse de la ninfa, es una de las más terriblemente tristes en la historia de los amores no correspondidos.
-No creerás que yo te amo –dice Narciso.
Y Eco repite, acongojada:
-Yo te amo.
-Permitan los dioses soberanos –grita el pedante efebo- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí.
Y Eco:
-Que tú goces de mí –dice, formulando sin querer un deseo que ya sabe que no se ha de cumplir.
El castigo de Narciso no se hace esperar. Mientras bebe en la fuente Cupido le atraviesa con una de sus temidas flechas y el efebo termina por darse cuenta de lo que ya sabía: nunca encontrará belleza más arrebatadora que la suya, ni otro ser más digno de su indigno amor que él mismo. La metamorfosis tiene lugar y Narciso se transforma en una bella flor de cuello quebrado, condenado a mirar su propio reflejo en el agua.
Más fieles a la verdadera naturaleza de los narcisos fueron las palabras que Wordsworth les dedicó en una de las poesías más famosas en lengua inglesa. El poema describe al poeta paseando en soledad, fascinado al descubrir una interminable línea de narcisos que bordea el agua, meneando la cabeza en una danza alegre. Como el poeta, cualquiera que haya visto los primeros narcisos puede cerrar los ojos y conjurar en su memoria la alegría de esas flores que hacen bailar al corazón.

Monday 17 March 2008

Y en la mía a calderadas

Los padres de Doug Block estuvieron casados durante 54 años, hasta que la muerte repentina de su madre los separó. Nadie en la familia dudaba que el suyo hubiera sido un matrimonio feliz, de esos que convierten a dos en una unidad inmutable, mamáypapá, un modelo de navegación vital. Por eso, cuando a los tres meses de la muerte de su madre su padre le llamó para comunicarle que se iba a vivir con su antigua secretaria, el perfecto mecanismo que había dado cuerda a la vida de su familia de pronto se quedó atascado ¿Era posible que su padre pudiera estar enamorado de otra mujer, así, sin apenas duelo, sin guardar luto a su esposa de tantos años? Doug Block, que es un documentalista, se fue a ver a su padre cámara en mano. El resultado es 51 Birch Street, una película divertida y triste, sobre las personas más cercanas, queridas y desconocidas: nuestros padres. La relación de Doug con su padre es arquetípica: se quieren mucho, se respetan, pero les aterra la idea de quedarse solos en una habitación. Su padre es un hombre que estuvo en la Segunda Guerra Mundial, que centró su ambición en el trabajo, en proveer a su familia de todo lo que pudieran necesitar, un hombre concentrado, silencioso, que jamás hablaba de sus sentimientos ni se quejaba, aparte de cansancio tras la jornada laboral. Un padre generoso, pero ausente. La madre, claro, era harina de otro costal. Doug y su madre estaban muy unidos y, como dicen por aquí, podían hablar de cualquier cosa bajo el sol.
Así que Doug se va a ver a su padre, con el pretexto de ayudarle a empaquetar las cosas de la casa familiar, que su padre ha decidido vender, y lo siguiente que descubre son los diarios de su madre, pilas y pilas de cuadernos en los que su madre analizó su vida durante más de 35 años ¿Puede alguien imaginarse algo más terrorífico que descubrir los diarios de su madre? ¿Tiene alguien el valor de enfrentarse a semejante lectura? Al descubrir los diarios, Doug se dio cuenta de dos cosas: primero, de que iba a tener que leerlos y, segundo, que iba a hacer una película sobre la relación de sus padres. La lectura de los diarios confirmó cosas que ya sabía: que su madre era una persona muy inteligente, con un humor incisivo y una capacidad de auto-análisis apabullante, pero también reveló un lado oscuro: su madre se sentía prisionera en un papel (el de esposa, ama de casa y madre) que le asfixiaba y le condenaba a la frustración más amarga. Su única válvula de escape era la redacción de sus diarios, en los que hablaba de sí misma hasta la extenuación y en los que fantaseaba con aventuras eróticas o con llegar algún día a escribir una novela. Nada de lo que Doug leyó en los diarios de su madre le hizo quererla menos, aunque algunos fragmentos le perturbaron hasta el punto de llegar a cuestionarse si debería haberlos leído. Él no había sido consciente de que la infelicidad de su madre y el fracaso del matrimonio de sus padres hubieran sido tan rotundos, aunque, al repasar conversaciones con su madre y anécdotas del pasado se dio cuenta de que la verdad siempre había estado ahí, delante de sus narices; simplemente se había negado a aceptarla. Ahora que conoce a su madre mejor, no como madre sino como mujer, como individuo con su carga de sueños, de mezquindades y de frustraciones, quizás sea capaz de darle otro sentido a la vida de ella, porque, como dice la mejor amiga de su madre, vivimos para que alguien llegue a conocernos, a conocernos de verdad, y en las familias hay, tristemente quizás, mucho desconocimiento y muchas soledades.
La película resulta fascinante porque, aunque se trata de la historia de una familia concreta, el tema es universal y sangrante. Que tire la primera piedra el que no tenga asuntos sin resolver con sus hijos o sus padres. Como dice mi madre: en todas las casas se cuecen habas, y en la mía a calderadas. Al final de la catarsis que esta película supuso para su autor, éste llegó a entender mejor a sus padres, a los que tuvo que aceptar como personas más complejas y tristes de lo que le hubiera gustado.

Monday 10 March 2008

Cavando

Ya he empezado a preparar el huerto y es un alivio volver a sumarse al ciclo de la tierra después de este invierno del descontento. No hay nada como abandonarse al placer sencillo de hundir la pala en la tierra y dar vuelta a los terrones compactos y oscuros que se desgajan para desvelar una multitud de lombrices e insectos, una maraña de raíces viejas. Solemos levantar la vista al cielo cuando queremos apreciar la infinidad del universo, pero el infinito está también debajo de los pies, en la riqueza del suelo: por lo visto, un solo gramo de tierra contiene de entre uno a diez millones de microorganismos.
Cavo empujando la pala con el pie, y sin darme cuenta ya estoy siguiendo un ritmo antiguo, que debí aprender de mi abuelo. En un famoso poema, Seamus Heaney evoca a su padre y a su abuelo, cavando en el huerto. “Cavando” es un canto al esfuerzo y a la destreza física de esos hombres de la tierra que sacaban las patatas que los niños recogían (“encantados con su fresca dureza en nuestras manos”) o cortaban la turba perpetuamente inclinados sobre el suelo. Un canto (tal vez de cisne) a esa tradición de ganarse la vida esforzadamente con las manos, hábilmente y con dignidad.
Pero, para mí, la belleza del poema de Heaney no esta sólo en la admiración con que retrata a sus familiares sino también en lo que dice de sí mismo, en esa pasión con la que sustituye la pala –“yo no tengo una pala con la que seguir a hombres como ellos”- por la pluma, desarrollando una habilidad con la que poder, entre otras cosas, evocar, enaltecer y dar sentido al cavar de su padre y de su abuelo. Para Heaney, escribir es una forma de seguir con ese legado familiar, de mantenerse pegado a la tierra, cavando, esforzándose en desenterrar no patatas sino palabras sencillas y hermosas, suaves y sólidas como un tubérculo.

Wednesday 5 March 2008

Equilibristas


En una de las imágenes más cautivadoras de “La tormenta de hielo”, la magnífica película de Ang Lee, un adolescente atribulado, interpretado por Elijah Wood, salta sobre el trampolín helado de una piscina vacía intentando no perder el equilibrio. Una y otra vez repite el salto, manteniéndose a duras penas sobre la resbaladiza tabla, embriagado por su propio terror y su propia audacia, por su precaria habilidad para mantenerse vivo. Para mí, esta imagen es una poética metáfora de la necesidad de arriesgarse, de desafiar a la vida en esa época turbulenta de la adolescencia en la que debemos romper la crisálida de la infancia y combatir, entre otras cosas, el miedo heredado, para empezar a ser eso que queremos o no podemos evitar ser. Durante la infancia, nuestros padres nos protegen de nosotros mismos a base de negarnos hacer cualquier cosa que nos pueda poner en peligro. Mi prima Bea me contó que le oyó decir a Alejandro Jodorowsky lo típico que es ver en los parques a una madre o un padre advertir a su hijo que juega en los columpios con alguna frase así: “No te subas ahí hijo, que te vas a caer. Para, que te la vas a dar”. E infaliblemente, el niño acaba por caerse. Mucho mejor sería, según Jodorowsky, decir: “Hijo, mantén el equilibrio”. Es más fácil caer, fracasar, darnos el golpe, si alguien está convencido, e intenta convencernos, de que ese es nuestro destino. Está claro que, tarde o temprano, caeremos de una manera u otra, y entonces no nos acordaremos de cuánto tiempo estuvimos arriba, y nuestro éxito quedará tal vez palidecido por el fracaso. Pero la historia de nuestra vida, lo que mejor nos define, no son nuestros éxitos ni nuestros fracasos –que suelen ser más o menos fortuitos-, sino cómo tratamos de apañárnoslas –a base de resistencia e imaginación- para mantener el equilibrio.
Y lo mismo pasa con el arte, con la escritura. El maestro ciego de “Nieve”, la novela de Maxence Fermine, le aconseja a Yuko, que quiere ser poeta, que aprenda el arte de los funámbulos. “Porque escribir es ir tanteando el camino palabra a palabra por un hilo de belleza. Y lo más difícil no es mantener el pie en la cuerda del lenguaje, usando un bolígrafo para equilibrarse, no, lo más difícil es mantenerse en la cuerda floja que es el propio escribir, vivir cada momento sin perder de vista ese sueño, y nunca bajar, ni siquiera por un momento, de la cuerda de la imaginación”.
Lo que hay que hacer es vivir, escribir, soñar como caminan los funámbulos en las alturas: como si no supiéramos lo que es el miedo.