Los primeros narcisos han florecido en el jardín. Su estallido de color (ese amarillo vibrante que tanto le gustaba a Van Gogh) anuncia la llegada de la primavera, el renacer de la energía vital tras el largo invierno. Esta flor es casi un emblema nacional. Se ve en jardines y en parques, en floristerías y hasta en la cuneta de algunas carreteras. Debe ser por su amarillo, que inyecta optimismo en las miradas hastiadas de tanto gris (gris en los edificios de piedra, gris el mar y el cielo también gris). Además de en su color, parte del encanto de los narcisos reside en que son flores gregarias. Siempre las encontramos en grupos, cabeceando en la brisa como pensionistas sentados al sol, y su belleza no es nunca la belleza de una sola. Por eso es una lástima que una flor tan humilde haya recibido su nombre de uno de los personajes mas engreídos de la mitología. Ovidio nos cuenta en sus Metamorfosis la historia del vanidoso Narciso, que se enamoró de su propio reflejo en el agua limpia de una fuente y enloqueció al no poder poseer el objeto de su pasión. Pero antes de eso, el hermoso efebo le había roto el corazón a la ninfa Eco, a la que Juno había castigado por flirtear con el pendenciero Júpiter limitando su habla a la repetición de las últimas silabas pronunciadas. Tras lidiar con serios problemas de comunicación, Narciso y Eco por fin se encuentran, y la escena siguiente, en la que un desilusionado Narciso intenta librarse de la ninfa, es una de las más terriblemente tristes en la historia de los amores no correspondidos.
-No creerás que yo te amo –dice Narciso.
Y Eco repite, acongojada:
-Yo te amo.
-Permitan los dioses soberanos –grita el pedante efebo- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí.
Y Eco:
-Que tú goces de mí –dice, formulando sin querer un deseo que ya sabe que no se ha de cumplir.
El castigo de Narciso no se hace esperar. Mientras bebe en la fuente Cupido le atraviesa con una de sus temidas flechas y el efebo termina por darse cuenta de lo que ya sabía: nunca encontrará belleza más arrebatadora que la suya, ni otro ser más digno de su indigno amor que él mismo. La metamorfosis tiene lugar y Narciso se transforma en una bella flor de cuello quebrado, condenado a mirar su propio reflejo en el agua.
Más fieles a la verdadera naturaleza de los narcisos fueron las palabras que Wordsworth les dedicó en una de las poesías más famosas en lengua inglesa. El poema describe al poeta paseando en soledad, fascinado al descubrir una interminable línea de narcisos que bordea el agua, meneando la cabeza en una danza alegre. Como el poeta, cualquiera que haya visto los primeros narcisos puede cerrar los ojos y conjurar en su memoria la alegría de esas flores que hacen bailar al corazón.
-No creerás que yo te amo –dice Narciso.
Y Eco repite, acongojada:
-Yo te amo.
-Permitan los dioses soberanos –grita el pedante efebo- que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí.
Y Eco:
-Que tú goces de mí –dice, formulando sin querer un deseo que ya sabe que no se ha de cumplir.
El castigo de Narciso no se hace esperar. Mientras bebe en la fuente Cupido le atraviesa con una de sus temidas flechas y el efebo termina por darse cuenta de lo que ya sabía: nunca encontrará belleza más arrebatadora que la suya, ni otro ser más digno de su indigno amor que él mismo. La metamorfosis tiene lugar y Narciso se transforma en una bella flor de cuello quebrado, condenado a mirar su propio reflejo en el agua.
Más fieles a la verdadera naturaleza de los narcisos fueron las palabras que Wordsworth les dedicó en una de las poesías más famosas en lengua inglesa. El poema describe al poeta paseando en soledad, fascinado al descubrir una interminable línea de narcisos que bordea el agua, meneando la cabeza en una danza alegre. Como el poeta, cualquiera que haya visto los primeros narcisos puede cerrar los ojos y conjurar en su memoria la alegría de esas flores que hacen bailar al corazón.
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