Familia: Con la Iglesia nos topamos el día 30 de diciembre: la jerarquía de la Iglesia católica organiza un acto en defensa de la “familia cristiana”. Escuchar las tonterías y desvaríos de los cardenales y del mismísimo Papa hace que me hierva la sangre. Estos mamelucos que hacen voto de castidad y no tienen ni idea de lo que es una familia propia se sienten autorizados, otra vez más, para proclamar e imponer sus antediluvianas ideas como única verdad. Esta gentuza cree que la familia la han inventado ellos, a base de barro, costillas, milagritos y anunciaciones. Pero lo cierto es que la familia es un invento de la biología. Los católicos, en su línea catastrofista e irrespetuosa, proclaman que la democracia y “el hombre” (y yo creo que se refieren al modelo patriarcal del Antiguo testamento, más que al malhadado ser humano) están en peligro debido a las nuevas leyes que, entre otras cosas, facilitan la tramitación del divorcio o autorizan el matrimonio entre personas del mismo sexo. Según ellos, la familia cristiana (ya se sabe, padre y madre casados ante Dios, hasta que la muerte los separe –como es el caso de tantas mujeres maltratadas que mueren a manos de sus maridos-, y sus hijos). Las familias judías, musulmanas, budistas, hindúes, agnósticas o ateas están condenadas al fracaso, por supuesto. Y ni que decir del terrible trauma que es ser hijo de padres divorciados, homosexuales o solteros. Los católicos vuelven a mear fuera del tiesto. No sólo se atribuyen el ser poseedores del único modelo de familia viable sino que, además, son intolerantes hacia otros modelos a los que insultan con sus beligerantes mentiras. Porque es mentira que nuestra Constitución ha de defender a ultranza la familia cristiana, ya que nuestra Constitución es aconfesional y laica. Y es mentira también que la familia es la pieza básica de la sociedad. La pieza básica de nuestra sociedad es el individuo y es al individuo a quien las leyes y la sociedad han de proteger en primer lugar. Porque hay familias estupendas (cristianas, ateas, hindúes, monoparentales, musulmanas y alienígenas). Pero hay también familias que anulan, torturan y matan.
Libros: Como todas las navidades, recupero el placer de leer sin reloj delante de la chimenea. Leyendo viajo a un Paris melancólico, de amores tristes y amistades traicionadas; a una Galicia mágica, de fragas y criadas locuaces, de niebla y pasiones otoñales; a un Mediterráneo de emigrantes de ojos oscuros y tristes, de sueños rotos, injusticias y pobreza y a una Alejandría de personajes míticos, amores prohibidos, soledad y poesía.
Nostalgia: Las navidades me emborrachan de nostalgia. La nostalgia es la niebla del tiempo: un sentimiento que difumina el presente para resaltar el esqueleto de los árboles del pasado. Por estas fechas, la nostalgia hace presa fácil de nosotros porque creemos (o sentimos) que las mejores navidades de nuestras vidas están ya en el pasado. Llegamos a finales de diciembre y los fantasmas de las navidades pasadas (bien lo sabía Dickens) nos echan encima la nostalgia, al igual que con cada nuevo anuncio de “El Almendro” se nos llena la boca del empalago de todos los anteriores. Este año siento la nostalgia desde el inicio del viaje, desde el momento en que cierro la puerta de mi casa en Escocia. Anochece y la escarcha cubre el jardín como si fuese sal. En las casas vecinas, las luces de navidad proclaman con un entusiasmo cansino la llegada de las fiestas. Y mientras el tren atraviesa el puente que cruza la ría, invisible bajo la niebla, siento la primera punzada de nostalgia. Por lo que fue y se fue. Pero, también, por lo que todavía no ha venido, por las posibilidades que perderé y por las que sabré agarrar, porque la nostalgia con su niebla confunde lo que ha pasado con lo que está por pasar.
La nostalgia deja una resaca de tristeza dulce. Cuando la niebla se disipe sé que tendré muchas ganas de vivir en el crudo, improvisado presente.
Nochevieja: Sin fiesta pero con champán. Con uvas pero sin buenos propósitos. Sin supersticiones pero cumpliendo con el rito de quemar los calendarios del año que se fue. Entre mi primo Alejandro y yo le prendemos fuego al 2007 ¡Muerte al 2007!, gritamos. ¡Larga vida al bisiesto 2008! Que ardan los días y los meses y que el fuego, que todo lo purifica, se lleve lo que ya no nos hace falta, o lo que nos duele. Y luego, Alex y yo nos quedamos embobados mirando las estrellas. Se me había olvidado que el cielo de Riosequino está más poblado de estrellas que ninguno que conozco. Mientras admiramos las constelaciones y tratamos en vano de recordar sus nombres, pasa una estrella fugaz. Y estamos tan eufóricos que hasta se nos olvida pedir un deseo.
Volver: Y llega el momento del retorno. Me paso la vida volviendo. Volver a España para volver a Escocia para volver a España para volver Escocia. Volver es el verbo de los emigrantes, de los que tienen el corazón partido entre dos tierras. Donde quiera que esté no voy, vuelvo, porque en los dos sitios se queda siempre un trozo de mí. Y, así, el inicio del viaje de vuelta está teñido de la tristeza de las despedidas pero, también, animado por las expectativas de seguir con mi vida tras las vacaciones navideñas. Se acaban las vacaciones y empieza la aventura de lo que traigan los días.
Libros: Como todas las navidades, recupero el placer de leer sin reloj delante de la chimenea. Leyendo viajo a un Paris melancólico, de amores tristes y amistades traicionadas; a una Galicia mágica, de fragas y criadas locuaces, de niebla y pasiones otoñales; a un Mediterráneo de emigrantes de ojos oscuros y tristes, de sueños rotos, injusticias y pobreza y a una Alejandría de personajes míticos, amores prohibidos, soledad y poesía.
Nostalgia: Las navidades me emborrachan de nostalgia. La nostalgia es la niebla del tiempo: un sentimiento que difumina el presente para resaltar el esqueleto de los árboles del pasado. Por estas fechas, la nostalgia hace presa fácil de nosotros porque creemos (o sentimos) que las mejores navidades de nuestras vidas están ya en el pasado. Llegamos a finales de diciembre y los fantasmas de las navidades pasadas (bien lo sabía Dickens) nos echan encima la nostalgia, al igual que con cada nuevo anuncio de “El Almendro” se nos llena la boca del empalago de todos los anteriores. Este año siento la nostalgia desde el inicio del viaje, desde el momento en que cierro la puerta de mi casa en Escocia. Anochece y la escarcha cubre el jardín como si fuese sal. En las casas vecinas, las luces de navidad proclaman con un entusiasmo cansino la llegada de las fiestas. Y mientras el tren atraviesa el puente que cruza la ría, invisible bajo la niebla, siento la primera punzada de nostalgia. Por lo que fue y se fue. Pero, también, por lo que todavía no ha venido, por las posibilidades que perderé y por las que sabré agarrar, porque la nostalgia con su niebla confunde lo que ha pasado con lo que está por pasar.
La nostalgia deja una resaca de tristeza dulce. Cuando la niebla se disipe sé que tendré muchas ganas de vivir en el crudo, improvisado presente.
Nochevieja: Sin fiesta pero con champán. Con uvas pero sin buenos propósitos. Sin supersticiones pero cumpliendo con el rito de quemar los calendarios del año que se fue. Entre mi primo Alejandro y yo le prendemos fuego al 2007 ¡Muerte al 2007!, gritamos. ¡Larga vida al bisiesto 2008! Que ardan los días y los meses y que el fuego, que todo lo purifica, se lleve lo que ya no nos hace falta, o lo que nos duele. Y luego, Alex y yo nos quedamos embobados mirando las estrellas. Se me había olvidado que el cielo de Riosequino está más poblado de estrellas que ninguno que conozco. Mientras admiramos las constelaciones y tratamos en vano de recordar sus nombres, pasa una estrella fugaz. Y estamos tan eufóricos que hasta se nos olvida pedir un deseo.
Volver: Y llega el momento del retorno. Me paso la vida volviendo. Volver a España para volver a Escocia para volver a España para volver Escocia. Volver es el verbo de los emigrantes, de los que tienen el corazón partido entre dos tierras. Donde quiera que esté no voy, vuelvo, porque en los dos sitios se queda siempre un trozo de mí. Y, así, el inicio del viaje de vuelta está teñido de la tristeza de las despedidas pero, también, animado por las expectativas de seguir con mi vida tras las vacaciones navideñas. Se acaban las vacaciones y empieza la aventura de lo que traigan los días.
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