Hay escritores que nos deslumbran con la belleza de sus frases o que nos emocionan con sus historias hasta tal punto que las vivimos en nuestras propias carnes, y luego están los que tienen una visión tan peculiar del mundo y son tan hábiles al plasmarla por escrito que nos hacen ver las cosas de una forma nueva y después de leerlos nada vuelve a ser lo mismo. A esta última categoría pertenece Juan José Millás. Durante años he seguido sus columnas en el País. Siempre me ha parecido inigualable su manera de destripar esa cosa que llamamos realidad (y qué es real o no lo es, cuando la realidad que conocemos se construye en esa fábrica de monstruos y espejismos que es el cerebro humano) en unas pocas líneas, dejándonos deslumbrados y haciéndonos a la vez, extrañamente, un poco más sabios. He evitado, en cambio, al Millás novelista (un poco por lo que me han dicho los que han leído sus novelas y otro poco porque “La soledad era esto” me dejó bastante frío. Pero, como siempre he creído que los libros saben encontrar a sus lectores mejor que éstos a aquéllos, no dudé en lanzarme a la lectura de “El orden alfabético” cuando lo pusieron en mis manos.
La novela de Millás juega con esta dicotomía entre realidad e irrealidad. En la primera parte, el protagonista se desliza durante una enfermedad de su infancia a una realidad paralela (el reverso del calcetín), en la que las cosas parecen más ciertas y comprensibles, quizás porque viven más pegadas a las palabras que las significan. El problema empieza cuando las palabras empiezan a desaparecer –geniales esas escenas en las que los libros alzan el vuelo y se desvanecen en el aire-, sumiendo a la gente en un estado pre-civilizado. Con mucho humor y una inventiva que deja al lector boquiabierto, el autor desafía lo que él llama la “lógica de la costumbre” e ironiza sobre el poder de las palabras para poner en orden la incomprensibilidad de la vida. El orden alfabético ayuda a nombrar el mundo y a mantener a raya la realidad pero también tiene un lado inquietante. Podemos aceptar frases hechas inocentemente y, antes de que nos demos cuenta, tendremos una mujer y un hijo imaginarios. Las palabras pueden desescribir la realidad con la misma facilidad con la que la crean. Pasen y lean. Nunca volverán a mirar una enciclopedia o un curso de inglés por fascículos de la misma manera.
La novela de Millás juega con esta dicotomía entre realidad e irrealidad. En la primera parte, el protagonista se desliza durante una enfermedad de su infancia a una realidad paralela (el reverso del calcetín), en la que las cosas parecen más ciertas y comprensibles, quizás porque viven más pegadas a las palabras que las significan. El problema empieza cuando las palabras empiezan a desaparecer –geniales esas escenas en las que los libros alzan el vuelo y se desvanecen en el aire-, sumiendo a la gente en un estado pre-civilizado. Con mucho humor y una inventiva que deja al lector boquiabierto, el autor desafía lo que él llama la “lógica de la costumbre” e ironiza sobre el poder de las palabras para poner en orden la incomprensibilidad de la vida. El orden alfabético ayuda a nombrar el mundo y a mantener a raya la realidad pero también tiene un lado inquietante. Podemos aceptar frases hechas inocentemente y, antes de que nos demos cuenta, tendremos una mujer y un hijo imaginarios. Las palabras pueden desescribir la realidad con la misma facilidad con la que la crean. Pasen y lean. Nunca volverán a mirar una enciclopedia o un curso de inglés por fascículos de la misma manera.
1 comment:
Es gracioso. Hace unos días me compré este libro. Leí tu texto antes de comprarlo pero debió quedarse grabado en mi inconsciente porque según lo ví en la librería mis manos fueron solas hacia él. Ya te contaré. Bsin. Cris "tu primilla"
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