Thursday, 8 January 2009

Donna Haraway (1)

Imaginad ese cuerpo, que ocupa un espacio definido, en el que habita la voz que dice “yo”. Ese grupo de células, tejidos y órganos, siempre en cambio, con el que nos paseamos por la vida. Ese envoltorio y contenido mortal que es lo único más o menos fijo que poseemos. Pues bien, Donna Haraway, la mujer que con sus escritos le prendió fuego a mi pensamiento estas navidades, nos pregunta: ¿sabéis cuantas de esas células tienen un genoma humano? Y la respuesta llega, despertando la incredulidad: un 10%. Ese 10% es lo único a lo que realmente podemos con toda seguridad llamar “yo”, ya que el resto lo constituyen organismos, principalmente bacterias que, como sabemos, en su mayoría no sólo son beneficiosas para nosotros, sino necesarias. En realidad yo no soy yo, sino yo y mis bacterias. Los microbios que me habitan digieren alimentos que, de otra forma, serian indigestibles, sintetizan vitaminas y trabajan mano a mano con mi sistema inmune para mantenerme sano. Esto es tan importante que los científicos más avispados ya están pensado en decodificar el genoma de los microorganismos que nos habitan, el llamado microbioma humano.
El famoso “yo soy otro” de Rimbaud tiene, así, una nueva lectura, quizás menos poética y existencialista, pero más vital e igual de fascinante. Quizás el concepto de especie se nos está quedando un poco anticuado. Quizás sea mejor hablar de “superorganismos” –puestos a tener que tirar de las malditas etiquetas- y asumir abiertamente, nombrándola con un neologismo, esa relación de interdependencia con otras especies. A lo mejor, ese podría ser un primer paso con el que cuestionar la supuesta primacía de nuestra especie, una forma de ver desde un ángulo más inclusivo y esperanzador nuestro papel y nuestra responsabilidad hacia los otros seres vivos con los que compartimos el planeta. La Haraway, destructora de dicotomías limitantes, se pregunta por qué hablamos de “Historia” cuando nos referimos al pasado del ser humano y de “Evolución” cuando hablamos del de “otras” especies. Y propone el chispeante concepto de “naturoculturas”. En las naturoculturas, ellos y nosotros nos hacemos compañía, estamos entremezclados en nuestras historias y nuestros flujos vitales. Y lo que importa no es lo que es (ese mítico y cuestionable “yo”) sino las relaciones que emergen.
El agente Mulder tenía razón, no estamos solos, pero se equivocó en una cosa: la verdad no está sólo ahí fuera sino también aquí dentro.

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