Ya he empezado a preparar el huerto y es un alivio volver a sumarse al ciclo de la tierra después de este invierno del descontento. No hay nada como abandonarse al placer sencillo de hundir la pala en la tierra y dar vuelta a los terrones compactos y oscuros que se desgajan para desvelar una multitud de lombrices e insectos, una maraña de raíces viejas. Solemos levantar la vista al cielo cuando queremos apreciar la infinidad del universo, pero el infinito está también debajo de los pies, en la riqueza del suelo: por lo visto, un solo gramo de tierra contiene de entre uno a diez millones de microorganismos.
Cavo empujando la pala con el pie, y sin darme cuenta ya estoy siguiendo un ritmo antiguo, que debí aprender de mi abuelo. En un famoso poema, Seamus Heaney evoca a su padre y a su abuelo, cavando en el huerto. “Cavando” es un canto al esfuerzo y a la destreza física de esos hombres de la tierra que sacaban las patatas que los niños recogían (“encantados con su fresca dureza en nuestras manos”) o cortaban la turba perpetuamente inclinados sobre el suelo. Un canto (tal vez de cisne) a esa tradición de ganarse la vida esforzadamente con las manos, hábilmente y con dignidad.
Pero, para mí, la belleza del poema de Heaney no esta sólo en la admiración con que retrata a sus familiares sino también en lo que dice de sí mismo, en esa pasión con la que sustituye la pala –“yo no tengo una pala con la que seguir a hombres como ellos”- por la pluma, desarrollando una habilidad con la que poder, entre otras cosas, evocar, enaltecer y dar sentido al cavar de su padre y de su abuelo. Para Heaney, escribir es una forma de seguir con ese legado familiar, de mantenerse pegado a la tierra, cavando, esforzándose en desenterrar no patatas sino palabras sencillas y hermosas, suaves y sólidas como un tubérculo.
Cavo empujando la pala con el pie, y sin darme cuenta ya estoy siguiendo un ritmo antiguo, que debí aprender de mi abuelo. En un famoso poema, Seamus Heaney evoca a su padre y a su abuelo, cavando en el huerto. “Cavando” es un canto al esfuerzo y a la destreza física de esos hombres de la tierra que sacaban las patatas que los niños recogían (“encantados con su fresca dureza en nuestras manos”) o cortaban la turba perpetuamente inclinados sobre el suelo. Un canto (tal vez de cisne) a esa tradición de ganarse la vida esforzadamente con las manos, hábilmente y con dignidad.
Pero, para mí, la belleza del poema de Heaney no esta sólo en la admiración con que retrata a sus familiares sino también en lo que dice de sí mismo, en esa pasión con la que sustituye la pala –“yo no tengo una pala con la que seguir a hombres como ellos”- por la pluma, desarrollando una habilidad con la que poder, entre otras cosas, evocar, enaltecer y dar sentido al cavar de su padre y de su abuelo. Para Heaney, escribir es una forma de seguir con ese legado familiar, de mantenerse pegado a la tierra, cavando, esforzándose en desenterrar no patatas sino palabras sencillas y hermosas, suaves y sólidas como un tubérculo.
1 comment:
Estoy descubriendo a Heaney, disfruto de su poesía y de como la concibe, la fuerza que le adjudica al lenguaje..."un poema es un espacio despejado por el lenguaje, en el lenguaje, donde la vida imaginada palpita aún"
me gustó tu comentario del poema
Florencia
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