En el tren de camino a Edimburgo, tras las vacaciones en Cádiz, me viene a la cabeza el poema de Kavafis. Miro por la ventana la niebla que flota sobre los prados, esta melancolía disonante de mes de octubre en pleno mayo y las palabras llegan solas, como una oración: recuerda, cuerpo. La memoria de los días pasados no se perderá fácilmente. El cerebro está hecho para recordar, lo que queremos y lo que no. Pero coincido con el poeta alejandrino en que el cuerpo, nuestra piel, también lo hace, aunque de manera más sutil. Son estas impresiones las que quiero conservar: el calor benéfico, exultante del sol y la caricia del viento poniente en la piel; el delicioso cansancio en los músculos y la resaca de los sentidos tras el baño en el Atlántico; la fricción de la arena en los pies; el olor y el color de las hortalizas y el pescado de la plaza; el frescor de las calles por las mañanas; el pellizco del cante en los centros; y los abrazos de niños y mayores y las risas en la noche, que aflojan nudos y esponjan el pecho. Me gustaría mantener esas sensaciones flotando sobre la piel como las cometas que volamos una tarde en la playa, conservar la sensualidad vigorizante, la confianza y la alegría que trae el habitar el propio cuerpo en la belleza del mundo y del momento. Porque no me fío del cerebro, que no es muy diestro a la hora de conservar el recuerdo de la felicidad. Mi esperanza reside en las huellas que dejan los pies mojados de la alegría sobre piel, músculos y huesos. Recuerda, cuerpo.
Thursday 29 May 2008
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