Tenemos ojos para mirar pero nos pasamos la vida sin ver. Todos los días, nuestra mirada resbala por el mundo sin que nos demos cuenta de muchos detalles que harían nuestra vida más profunda y más ancha. La mirada y la atención también se educan y ningún escritor nos ha enseñado a mirar como el francés Jules Renard . Sus Historias Naturales son un prodigio de descripción. Con sus redes, Renard capturó las más bellas imágenes (sobre todo del reino animal) que nadie ha puesto jamás sobre la página impresa. Se quejaba este autor de su falta de imaginación, pero, ¿a quién le hace falta imaginación cuando posee esa certera conexión entre la retina y los centros del lenguaje? La lectura de sus breves textos te deja con la boca abierta. Renard no se va a la selva amazónica en busca de criaturas exóticas. No, él empieza con el huevo, o sea con la gallina: “Alza muy alto sus patas rígidas, como los que padecen gota. Separa los dedos y los posa con precaución, sin hacer ruido. Diríase que camina descalza”. Con un lenguaje depurado hasta los huesos, este escritor se las apaña para hacernos ver por primera vez lo que vemos todos los días. Sus Historias no tienen el afán moralizante de las fábulas y por eso, y por su lenguaje vibrante, no han envejecido. El gran logro de Renard es esa mezcla perfecta entre la descripción pura y el uso de descripciones sorprendentes, borrachas de surrealismo, como cuando describe a un escarabajo como “negro y pegajoso como el ojo de la cerradura”. Además, el humor y la ironía tiñen sus páginas. Hablando del cisne, Renard se da cuenta de que está cayendo en la cursilería al describirlo tratando de cazar nubes y se corrige: “¿Qué estoy diciendo? Cada vez que se sumerge, rebusca con el pico en el lodo nutritivo y consigue un gusano. Se está cebando como una oca.” La tragedia también tiene su lugar en las Historias. Uno de los capítulos más conmovedores trata de los vanos esfuerzos de Philippe, el criado del autor, para mantener con vida a su vaca Negrita; cuando descubre que la vaca va a morir “la tristeza de Philippe es taciturna como la de un animal que viera sufrir a otro”. Los humanos tienen un papel marginal en estas historias, aparecen incompletos, como si los viéramos del cuello para abajo y sus actos son casi siempre brutales o estúpidos. Renard prefiere aplicar su lente sobre lo más minúsculo y delicado. Su actitud me recuerda a la del impagable abuelo de Vacas, la película de Julio Medem, cuando observaba a través de la cámara fotográfica el universo que existe entre las hojas de hierba y murmuraba “esto es importante, esto es importantísimo” o cuando hacía posar a la familia para un retrato y acababa pintando sólo a la vaca.
Renard escribió: “El paraíso no está en la tierra. Pero hay fragmentos. En la tierra hay un paraíso roto”. Esas imágenes que cazó tan hábilmente nos recuerdan la belleza de ese paraíso roto y tal vez nos ayuden a abrir mejor los ojos.
Renard escribió: “El paraíso no está en la tierra. Pero hay fragmentos. En la tierra hay un paraíso roto”. Esas imágenes que cazó tan hábilmente nos recuerdan la belleza de ese paraíso roto y tal vez nos ayuden a abrir mejor los ojos.
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