Ningún objeto me parece más inquietante que un espejo. En algún momento de nuestra infancia alguien nos coloca delante de uno y nos dice: mira, ¡eres tú! Y entonces debemos aprender a identificarnos con ese extraño que repite nuestros gestos sobre la superficie pulida y fría. Recuerdo una noche, hace muchos años, que llegué a casa borracho, con esa ebriedad fanática y primeriza de la adolescencia. Fascinado por ese nuevo estado me quedé parado delante del espejo del baño. Me contemplé un rato largo y, de pronto, mi cara comenzó a cambiar hasta que me di cuenta de que aquel impostor no podía, de ningún modo, ser yo. Desde entonces me miro en los espejos con recelo, consciente de que el reflejo no es del todo exacto, de que el que me mira desde el otro lado tiene un brillo irónico en los ojos y la sonrisa levemente torcida. Consciente de que mi reflejo sabe algo que yo desconozco. El yo que vive en los espejos es mi lado oscuro. Muy acertadamente, Gonzalo Suárez, en su película “Mi nombre es sombra”, hace salir a Mr Hyde de un espejo. Los espejos son un portal hacia los abismos del alma de los que en ellos se reconocen. Son el reverso de “El retrato de Dorian Gray”: en ellos envejecemos y nos hacemos viles mientras nos sentimos, por dentro, todavía inocentes y jóvenes.
Los cuentos de hadas, que ahora estoy leyendo vorazmente y con creciente fascinación, están llenos de espejos: desde el espejito-espejito de la madrastra de Blancanieves hasta el espejo rajado que cubre el suelo de la cámara de la Reina de las Nieves, el maravilloso (en todos los sentidos) relato de Hans Christian Andersen. De hecho, muchos cuentos de hadas (por ejemplo “Hansel y Gretel”) tienen una estructura que se conoce como “el espejo oscuro”, por la cual los protagonistas entran en un mundo paralelo, semejante al que habitan normalmente pero en el que predominan las fuerzas oscuras a las que deberán derrotar antes de volver a “este” lado. Una escritora a la que también le fascinaban los espejos, hasta el punto de incluirlos en varios de sus “Siete cuentos góticos”, fue Isak Dinesen. El protagonista de “Las carreteras de Pisa” se mira en el espejo para ver la verdad sobre sí mismo pero, a la vez, recuerda con pavor la terrible experiencia de verse deformado y multiplicado hasta el infinito en uno de esos halls llenos de espejos. En “El mono”, en cambio, un espejo actúa como un objeto de brujería ante el que se desnudan tres doncellas en la noche de Walpurgis. Esa escena me hizo recordar la película “La hora bruja” donde Paco Rabal se desnuda a medianoche frente a un espejo iluminado con dos velas para ver su propio entierro.
Magia, brujería o verdad, más vale andarse con cuidado no vaya a ser que nos veamos de pronto suplantados por nuestro propio reflejo.
Los cuentos de hadas, que ahora estoy leyendo vorazmente y con creciente fascinación, están llenos de espejos: desde el espejito-espejito de la madrastra de Blancanieves hasta el espejo rajado que cubre el suelo de la cámara de la Reina de las Nieves, el maravilloso (en todos los sentidos) relato de Hans Christian Andersen. De hecho, muchos cuentos de hadas (por ejemplo “Hansel y Gretel”) tienen una estructura que se conoce como “el espejo oscuro”, por la cual los protagonistas entran en un mundo paralelo, semejante al que habitan normalmente pero en el que predominan las fuerzas oscuras a las que deberán derrotar antes de volver a “este” lado. Una escritora a la que también le fascinaban los espejos, hasta el punto de incluirlos en varios de sus “Siete cuentos góticos”, fue Isak Dinesen. El protagonista de “Las carreteras de Pisa” se mira en el espejo para ver la verdad sobre sí mismo pero, a la vez, recuerda con pavor la terrible experiencia de verse deformado y multiplicado hasta el infinito en uno de esos halls llenos de espejos. En “El mono”, en cambio, un espejo actúa como un objeto de brujería ante el que se desnudan tres doncellas en la noche de Walpurgis. Esa escena me hizo recordar la película “La hora bruja” donde Paco Rabal se desnuda a medianoche frente a un espejo iluminado con dos velas para ver su propio entierro.
Magia, brujería o verdad, más vale andarse con cuidado no vaya a ser que nos veamos de pronto suplantados por nuestro propio reflejo.
1 comment:
...buuf... | ...hace muchos años (casi 20, creo) me contaron una historia parecida a la de paco rabal y el entierro... | ...que si te mirabas fijamente al espejo con dos velas (o cuatro, no recuerdo), podías ver al diablo en persona... | ...bueno, de resulta que (¿eso se puede decir?) una noche me puse a hacerlo... | ...y, bueno, lo que vi no me gustó un pelo... | ...no me había vuelto a acordar de ello, la verdad, pero tu texto me lo ha traído de vuelta a la memoria... | ...un abrazo, macnac, y sigue escribiendo así de bien...
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