Por la noche, mi vecino Mike y yo nos vamos a la cama a la misma hora, aunque él no lo sabe. Ya suelo estar metido entre las sábanas, leyendo, con mi gato Judas a los pies, cuando oigo sus pasos en la habitación del piso de arriba. Desde hace unas semanas, Mike se ha quedado solo. La mujer que vivía con él se ha marchado. Lo sé porque ha desaparecido su coche de la calle y ya no la veo tender la ropa en el jardín de atrás. Y sobre todo porque, por las noches, mientras leo en la cama, no oigo su risa desinhibida y cantarina, mezclada con la más ronca y tímida de Mike. Parecían pasárselo muy bien juntos. Ahora, Mike ha dejado de segar el césped y de sacar la basura los jueves por la noche. Todo lo que sé de él es que se va a la cama con pasos lentos, a eso de las doce.
Esta mañana, de camino a la estación de tren, me encontré con él. Mike es un hombre corpulento, de unos sesenta años. Lleva el cabello espeso peinado hacia atrás y tiene la barba entrecana y una nariz deformada, como un tubérculo. Sus ojos, azules y nublados, son pequeños y siempre están enrojecidos, como con falta de sueño. Mike tiene la cara de quien ha trabajado muchos años a turnos y ha bebido, a temporadas, más de la cuenta. Y tiene voz de fumador, aunque nunca le he visto fumar. Le pregunté qué tal estaba y me dijo que bien. Y no me atreví a preguntarle nada directamente. Luego, me contó que había pasado unos días visitando a su primo. Mi primo es como tú, me dijo, un loco de los animales. Tenía esta perra a la que adoraba. Cuando llegué a su casa estaba disgustado. Acababan de ir al veterinario porque a la perra le fallaban las patas de atrás, algo en las caderas. El veterinario sugirió que usaran un arnés con ruedas, para que la perra se pudiera mover. Fíjate qué locura. Mi primo optó por la eutanasia. Cavamos una tumba para ella en el jardín. La enterró con sus muñecos de goma y, cuando empezamos a echar tierra encima, los muñecos chirriaron y era como si la perra gimiera. Y mi primo se fue y tuve que acabar de enterrarla yo solo.
En la última palabra la voz de Mike se quebró un poco. Rellené el silencio diciendo lo triste que es que se te muera un animal con el que llevas viviendo un tiempo y luego, al ver el tren entrando en la estación, me despedí apresuradamente y salí corriendo.
En el tren, me senté en el lado de la ventanilla y pude ver a Mike, todavía donde le había dejado. Estaba inmóvil, como si no supiera qué hacer con su cuerpo. Luego, lentamente, comenzó a caminar calle abajo.
3 comments:
estuve allí... contigo. será porque estoy un poco borracho y con la mente más descontrolada de lo normal, pero leyendo esta pequeña historia me pareció que podría ver la cara de Mike, oir sus pasos en el piso encima de mi cabeza... y te puedo jurar que lo único que vive encima de mi es un tio chiflado que está renovando su piso desde hace 6 meses sin parar. Estás abriendo ventanas con tu forma de contar las cosas... por lo menos por un minuto para cerrarla otra vez - y me quedo detrás preguntandome qué coño había pasado con la chica de tu vecino y si se van a ver una vez más... Bueno... mi señor anti-espejos... un abrazo muy fuerte!
El Wolf
Hi Nacho, I loved this story, I can see the 2 of you standing in North Queensferry station, with its gigantic wall mosaic.. you write beautifully. Your sensitivity in describing Mike is like that of a botanist discovering a new species. I shall read you again. love, Catherine
Catherine,
Many thanks for your comment. It means a lot to me when one of my little texts reaches out to someone new.
Big hug,
Nacho
Post a Comment