Monday, 8 June 2009

Sleep Furiously


Para todos los que creemos que la salida de este embrollo global en el que estamos metidos pasa por volver al campo, a la agricultura y a la ganadería de pequeña escala, a una vida más simple y autosuficiente, la película documental “Sleep Furiously” es una prueba emocionante de lo mucho que podríamos perder con la desaparición de esos pueblos adormilados que casi no salen ni en los mapas. La furia del título, es la furia de los habitantes de Trefeurig, en Gales. Es una furia sin ruido, la furia de las hojas en los árboles y la del implacable ritmo de las estaciones, que la película sigue a lo largo de un año. Es la furia de los que sienten amenazadas su forma de vida y su cultura. El pueblo, que ya se ha quedado sin tienda y sin parada de autobús, ahora se enfrenta a la desaparición del único centro que les da un cierto sentido de comunidad: la escuela. La película comienza en sus aulas, donde los pocos niños del pueblo modelan figuras con arcilla y aprenden canciones en galés. En este pueblo nació Gideon Koppel, el director de la película, cuyos padres se refugiaron aquí tras huir de la Alemania nazi. Y su conocimiento y su amor por el paisaje y el paisanaje se reflejan en cada poética imagen de la película. Koppel coloca la cámara en las cocinas y nos llega el olor a leche cruda y a pastel de manzana. Tiene la paciencia de los campesinos a la hora de mostrarnos el balanceo de la hierba, el movimiento de las ovejas en los prados, los recuerdos de las ancianas del pueblo. Tiene, también, la sensibilidad para mostrarnos no sólo la preocupación en los ojos de la gente sino también su humor y su esperanza (simbolizada en el nacimiento de un ternero y en el parto de una cerda, sobre la paja, alumbrados con una linterna y ayudados por manos humanas). El hilo conductor de la acción es una biblioteca móvil, cargada de muchos más libros de lo que parece desde fuera. A este furgón lleno de palabras y pensamientos, se suben los habitantes del pueblo como quien atraca en la mismísima Isla del Tesoro. Y el hombre que la conduce y aconseja lecturas va charlando con ellos, tejiendo una narración, llena de humanidad, entre las casas. Otra metáfora sobre la conexión y su fragilidad.
Antes de la última escena de la película, rodada en una granja abandonada, leemos el siguiente epigrama, cargado de rabia reprimida: “Es sólo cuando veo acabarse las cosas que encuentro el coraje para hablar. El coraje, pero no las palabras.”
Ojalá encontremos pronto las palabras y los medios para devolverle la vida y la razón de ser a esos pueblos que guardan, sin saberlo, el secreto de nuestro futuro.

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