Friday 12 March 2010

Un hombre y su perro


Me los encontraba casi a diario, camino de la estación. Al verme subir las escaleras sin aliento, se hacían a un lado, el hombre y su perro, mirándome con ojos lejanos en los que brillaba una chispa de ironía. No te apures, el tren viene con retraso, me decía el hombre, como si intentase compensar mi prisa con su ociosidad de jubilado. Luego, ya desde el andén, los veía caminar trabajosamente, en penosa sincronización artrítica. A veces, el perro se detenía y el hombre le pasaba la mano por la cabeza, dándole ánimos. Todas las mañanas iban juntos a comprar el periódico. A la puerta de la tienda el hombre ataba al perro, que le esperaba sin tumbarse por no sufrir el dolor de levantarse. Después, emprendían el lento camino de vuelta. El perro llevaba el periódico en la boca con el orgullo incuestionable de quien hace bien su trabajo; un orgullo que iluminaba la cara de su dueño cada vez que alguien le dedicaba una sonrisa o se paraba a acariciarlo.
Esta mañana, descubrí al hombre caminando solo. Sus pasos eran más vacilantes, como si hubiese perdido el amarre de su sombra, y su mirada más lejana que de costumbre. A la puerta de la tienda, las manos le traicionaron en un amago de gesto acostumbrado, y se quedó mirando a una mujer que se acercaba con un perro. El hombre saludó a la mujer y pasó la mano por la cabeza y el lomo del animal. Ahora, dijo, lo veo en los ojos de todos los perros.

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