Friday 31 October 2008

Los árboles del Grassmarket


Aquella mañana de verano, como tantas otras, Ever y yo habíamos quedado para desayunar en “Made in Italy”, un café del Grassmarket, esa plaza que es visita obligada para los turistas ávidos de las historias truculentas que abundan en esta ciudad. Era muy pronto, hacía sol pero estaba fresco, así que nuestro lugar preferido, el pequeño mostrador adosado al ventanal de la cafetería, nos pareció el mejor lugar del mundo para comer cruasanes, beber café y ponernos al día. Recuerdo que nos reímos mucho. Cuando estamos juntos, Ever y yo somos como una mecha para el otro. Y nuestra forma preferida de explotar es riéndonos. Ever es de esas personas que todo lo vive como si se tratase de una aventura. “¿A qué no sabes qué he visto hoy?”, me dijo. Y, claro, yo ya sabía la respuesta. Por alguna misteriosa razón, a Ever le salen garzas al paso cada dos por tres. Toda su persona es un imán para la magia. Sin embargo, aquella mañana de verano acabó con una nota triste. Estábamos mirando por la ventana y entonces hice un comentario sobre lo hermosa que se veía la luz del sol en las hojas de los enormes chopos de la plaza. “Oh, mister N", se lamentó Ever, "el Ayuntamiento ha decidido talarlos. Es deprimente. Realmente no tienen ningún motivo para hacerlo. Dicen que están enfermos, pero ¿acaso lo parecen? Dicen que son viejos, que no van a vivir más de veinte años ¡Veinte años! Dicen que son un peligro, que sus ramas pueden matar a alguien si viene un vendaval ¿Sabes lo que creo? Que quienquiera que haya diseñado la remodelación de la plaza, construyó una maqueta sin árboles. Y ahora, sólo porque está escrito en un jodido plan, tienen que hacerlo.” Ever estaba preocupada pero no me dejé llevar por el pesimismo porque me contó, también, que se había unido a un grupo de vecinos (“con todo esto, estoy conociendo a la gente del barrio”), que habían pedido la opinión de expertos independientes y que se estaban quejando a todas horas al Ayuntamiento. Sin embargo, la sinrazón (o esa máquina absurda de la burocracia) ha ganado. Esta semana han llegado las grúas y los hombres con sus trajes reflectantes. Los árboles casi centenarios no se han movido. Con su dignidad de gigantes benévolos les han permitido trepar a sus copas. No se han sobresaltado ni gemido cuando las sierras eléctricas les han ido cortando las ramas. Poco a poco, los hombres los han desmontado (como cualquiera de esas obras que el hombre laborioso construye y destruye con tanto frenesí como poco juicio). Después, los han troceado y se los han llevado en camiones.
Cuando la llamé por teléfono, Ever me ha dijo que no quiere quedar a desayunar mañana en el “Made in Italy". Y no me extraña. El espacio vacío donde antes estaban los árboles está desolado, como si los árboles hubiesen dejado allí su sombra. La plaza ha perdido las redes con las que atrapar el sol, ha perdido la belleza de sus almas verdes. Y ahora tendremos que aprender a mirar hacia otro lado.
Fotos: Ever Dundas

Tuesday 21 October 2008

Historias Naturales


Tenemos ojos para mirar pero nos pasamos la vida sin ver. Todos los días, nuestra mirada resbala por el mundo sin que nos demos cuenta de muchos detalles que harían nuestra vida más profunda y más ancha. La mirada y la atención también se educan y ningún escritor nos ha enseñado a mirar como el francés Jules Renard . Sus Historias Naturales son un prodigio de descripción. Con sus redes, Renard capturó las más bellas imágenes (sobre todo del reino animal) que nadie ha puesto jamás sobre la página impresa. Se quejaba este autor de su falta de imaginación, pero, ¿a quién le hace falta imaginación cuando posee esa certera conexión entre la retina y los centros del lenguaje? La lectura de sus breves textos te deja con la boca abierta. Renard no se va a la selva amazónica en busca de criaturas exóticas. No, él empieza con el huevo, o sea con la gallina: “Alza muy alto sus patas rígidas, como los que padecen gota. Separa los dedos y los posa con precaución, sin hacer ruido. Diríase que camina descalza”. Con un lenguaje depurado hasta los huesos, este escritor se las apaña para hacernos ver por primera vez lo que vemos todos los días. Sus Historias no tienen el afán moralizante de las fábulas y por eso, y por su lenguaje vibrante, no han envejecido. El gran logro de Renard es esa mezcla perfecta entre la descripción pura y el uso de descripciones sorprendentes, borrachas de surrealismo, como cuando describe a un escarabajo como “negro y pegajoso como el ojo de la cerradura”. Además, el humor y la ironía tiñen sus páginas. Hablando del cisne, Renard se da cuenta de que está cayendo en la cursilería al describirlo tratando de cazar nubes y se corrige: “¿Qué estoy diciendo? Cada vez que se sumerge, rebusca con el pico en el lodo nutritivo y consigue un gusano. Se está cebando como una oca.” La tragedia también tiene su lugar en las Historias. Uno de los capítulos más conmovedores trata de los vanos esfuerzos de Philippe, el criado del autor, para mantener con vida a su vaca Negrita; cuando descubre que la vaca va a morir “la tristeza de Philippe es taciturna como la de un animal que viera sufrir a otro”. Los humanos tienen un papel marginal en estas historias, aparecen incompletos, como si los viéramos del cuello para abajo y sus actos son casi siempre brutales o estúpidos. Renard prefiere aplicar su lente sobre lo más minúsculo y delicado. Su actitud me recuerda a la del impagable abuelo de Vacas, la película de Julio Medem, cuando observaba a través de la cámara fotográfica el universo que existe entre las hojas de hierba y murmuraba “esto es importante, esto es importantísimo” o cuando hacía posar a la familia para un retrato y acababa pintando sólo a la vaca.
Renard escribió: “El paraíso no está en la tierra. Pero hay fragmentos. En la tierra hay un paraíso roto”. Esas imágenes que cazó tan hábilmente nos recuerdan la belleza de ese paraíso roto y tal vez nos ayuden a abrir mejor los ojos.

Saturday 4 October 2008

Breve antología del cuento breve

He pasado el último mes estudiando esas joyas enigmáticas que son los microcuentos o cuentos hiperbreves. Es su naturaleza anfibia, a medio camino entre el cuento, la poesía y el ensayo. Lo que todos tienen en común es la voluntad de encender una chispa que perdure en la mente. En palabras de la profesora del curso, los microcuentos son como los grandes sucesos de nuestras vidas: ocurren en apenas un instante y luego te pasas el resto de la vida intentando entenderlos. Los microcuentos son un arma arrojadiza. Una flecha que, cuando es precisa, puede poner mejor que ningún otro género el dedo en la llaga. La brevedad del microcuento proporciona, paradójicamente, una libertad sin fronteras a la imaginación. Su precisión matemática abre una ventana a otros mundos. Como muestra, ahí va un botón que incluye al final uno de mis flirteos con el género.

La ubicuidad de las manzanas
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de la gravedad.
Ana María Shua

Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
Augusto Monterroso

La cucaracha soñadora
Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
Augusto Monterroso

Violín:
Instrumento para regalo del oído humano creado por la fricción entre la cola de un caballo y las tripas de un gato.
Ambrose Bierce

Cláusula III
Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.
Juan José Arreola

Amor ciego
Se preguntaba por qué los enamorados cierran los ojos al besarse. Sin embargo, cuando llegó el momento, también los cerró, obediente. Y al abrirlos, en mitad del beso, descubrió que su amante era otro.