Saturday 23 August 2008

Las dos cornejas


Todas las mañanas las veo desde la ventana de la cocina. Posadas en el tejado de uno de los edificios de la escuela no parecen hacer nada especial, pero allí están, con una regularidad pasmosa, cada día. Siempre las dos juntas, la pareja de cornejas. No sé cómo lo sé, pero sé que son siempre las mismas. De hecho, creo que estoy empezando a distinguir a la una de la otra: quizás una tiene la base del pico más ancha y las plumas de las alas más cenicientas. Me gusta beber el café a sorbos mirándolas. Ignoro si les gustará a ellas que las observe o si será una intrusión en lo que quiera que sea lo que estén haciendo, pero sé que me ven: sus ojos se fijan de vez en cuando en el humano que aparece cada mañana detrás de la ventana. Siempre me han fascinado los animales y, desde pequeño, he intentado ver el mundo a través de sus ojos, meterme en sus cabezas. Miro a las cornejas y se me ocurren muchas preguntas importantísimas. Por ejemplo: ¿por qué de entre todos los tejados de la zona eligen precisamente ese, especialmente cuando todo lo que parecen hacer es estarse quietas o, como mucho, mirar a su alredor –con la melancólica lejanía de quien mira desde la altura- o acicalarse las plumas?, ¿obedece esa preferencia a algo parecido al gusto?, ¿por qué van siempre las dos juntas y nunca acompañadas de otras?, ¿qué ventajas o qué consuelo obtienen de su mutua compañía? y la más misteriosa: ¿qué pasa por sus cabezas en esos momentos en que están quietas, sin preocuparse por el sustento ni la reproducción, quietas sin más, dejándose acariciar por la brisa y templar por el sol?
Y me pregunto también por qué ninguno de los libros que he leído sobre el comportamiento de los animales se ocupa de ese tiempo largo en el que los animales no parecen hacer otra cosa que disfrutar del placer de estar, con sus pelos, patas, picos y plumas, posados sobre la vida.

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