Wednesday 5 March 2008

Equilibristas


En una de las imágenes más cautivadoras de “La tormenta de hielo”, la magnífica película de Ang Lee, un adolescente atribulado, interpretado por Elijah Wood, salta sobre el trampolín helado de una piscina vacía intentando no perder el equilibrio. Una y otra vez repite el salto, manteniéndose a duras penas sobre la resbaladiza tabla, embriagado por su propio terror y su propia audacia, por su precaria habilidad para mantenerse vivo. Para mí, esta imagen es una poética metáfora de la necesidad de arriesgarse, de desafiar a la vida en esa época turbulenta de la adolescencia en la que debemos romper la crisálida de la infancia y combatir, entre otras cosas, el miedo heredado, para empezar a ser eso que queremos o no podemos evitar ser. Durante la infancia, nuestros padres nos protegen de nosotros mismos a base de negarnos hacer cualquier cosa que nos pueda poner en peligro. Mi prima Bea me contó que le oyó decir a Alejandro Jodorowsky lo típico que es ver en los parques a una madre o un padre advertir a su hijo que juega en los columpios con alguna frase así: “No te subas ahí hijo, que te vas a caer. Para, que te la vas a dar”. E infaliblemente, el niño acaba por caerse. Mucho mejor sería, según Jodorowsky, decir: “Hijo, mantén el equilibrio”. Es más fácil caer, fracasar, darnos el golpe, si alguien está convencido, e intenta convencernos, de que ese es nuestro destino. Está claro que, tarde o temprano, caeremos de una manera u otra, y entonces no nos acordaremos de cuánto tiempo estuvimos arriba, y nuestro éxito quedará tal vez palidecido por el fracaso. Pero la historia de nuestra vida, lo que mejor nos define, no son nuestros éxitos ni nuestros fracasos –que suelen ser más o menos fortuitos-, sino cómo tratamos de apañárnoslas –a base de resistencia e imaginación- para mantener el equilibrio.
Y lo mismo pasa con el arte, con la escritura. El maestro ciego de “Nieve”, la novela de Maxence Fermine, le aconseja a Yuko, que quiere ser poeta, que aprenda el arte de los funámbulos. “Porque escribir es ir tanteando el camino palabra a palabra por un hilo de belleza. Y lo más difícil no es mantener el pie en la cuerda del lenguaje, usando un bolígrafo para equilibrarse, no, lo más difícil es mantenerse en la cuerda floja que es el propio escribir, vivir cada momento sin perder de vista ese sueño, y nunca bajar, ni siquiera por un momento, de la cuerda de la imaginación”.
Lo que hay que hacer es vivir, escribir, soñar como caminan los funámbulos en las alturas: como si no supiéramos lo que es el miedo.

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