Monday 17 March 2008

Y en la mía a calderadas

Los padres de Doug Block estuvieron casados durante 54 años, hasta que la muerte repentina de su madre los separó. Nadie en la familia dudaba que el suyo hubiera sido un matrimonio feliz, de esos que convierten a dos en una unidad inmutable, mamáypapá, un modelo de navegación vital. Por eso, cuando a los tres meses de la muerte de su madre su padre le llamó para comunicarle que se iba a vivir con su antigua secretaria, el perfecto mecanismo que había dado cuerda a la vida de su familia de pronto se quedó atascado ¿Era posible que su padre pudiera estar enamorado de otra mujer, así, sin apenas duelo, sin guardar luto a su esposa de tantos años? Doug Block, que es un documentalista, se fue a ver a su padre cámara en mano. El resultado es 51 Birch Street, una película divertida y triste, sobre las personas más cercanas, queridas y desconocidas: nuestros padres. La relación de Doug con su padre es arquetípica: se quieren mucho, se respetan, pero les aterra la idea de quedarse solos en una habitación. Su padre es un hombre que estuvo en la Segunda Guerra Mundial, que centró su ambición en el trabajo, en proveer a su familia de todo lo que pudieran necesitar, un hombre concentrado, silencioso, que jamás hablaba de sus sentimientos ni se quejaba, aparte de cansancio tras la jornada laboral. Un padre generoso, pero ausente. La madre, claro, era harina de otro costal. Doug y su madre estaban muy unidos y, como dicen por aquí, podían hablar de cualquier cosa bajo el sol.
Así que Doug se va a ver a su padre, con el pretexto de ayudarle a empaquetar las cosas de la casa familiar, que su padre ha decidido vender, y lo siguiente que descubre son los diarios de su madre, pilas y pilas de cuadernos en los que su madre analizó su vida durante más de 35 años ¿Puede alguien imaginarse algo más terrorífico que descubrir los diarios de su madre? ¿Tiene alguien el valor de enfrentarse a semejante lectura? Al descubrir los diarios, Doug se dio cuenta de dos cosas: primero, de que iba a tener que leerlos y, segundo, que iba a hacer una película sobre la relación de sus padres. La lectura de los diarios confirmó cosas que ya sabía: que su madre era una persona muy inteligente, con un humor incisivo y una capacidad de auto-análisis apabullante, pero también reveló un lado oscuro: su madre se sentía prisionera en un papel (el de esposa, ama de casa y madre) que le asfixiaba y le condenaba a la frustración más amarga. Su única válvula de escape era la redacción de sus diarios, en los que hablaba de sí misma hasta la extenuación y en los que fantaseaba con aventuras eróticas o con llegar algún día a escribir una novela. Nada de lo que Doug leyó en los diarios de su madre le hizo quererla menos, aunque algunos fragmentos le perturbaron hasta el punto de llegar a cuestionarse si debería haberlos leído. Él no había sido consciente de que la infelicidad de su madre y el fracaso del matrimonio de sus padres hubieran sido tan rotundos, aunque, al repasar conversaciones con su madre y anécdotas del pasado se dio cuenta de que la verdad siempre había estado ahí, delante de sus narices; simplemente se había negado a aceptarla. Ahora que conoce a su madre mejor, no como madre sino como mujer, como individuo con su carga de sueños, de mezquindades y de frustraciones, quizás sea capaz de darle otro sentido a la vida de ella, porque, como dice la mejor amiga de su madre, vivimos para que alguien llegue a conocernos, a conocernos de verdad, y en las familias hay, tristemente quizás, mucho desconocimiento y muchas soledades.
La película resulta fascinante porque, aunque se trata de la historia de una familia concreta, el tema es universal y sangrante. Que tire la primera piedra el que no tenga asuntos sin resolver con sus hijos o sus padres. Como dice mi madre: en todas las casas se cuecen habas, y en la mía a calderadas. Al final de la catarsis que esta película supuso para su autor, éste llegó a entender mejor a sus padres, a los que tuvo que aceptar como personas más complejas y tristes de lo que le hubiera gustado.

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