Thursday 26 June 2008

Historia con paraguas y libro

Empezó a llover en cuanto puse un pie en la calle: esas cosas que pasan cuando uno está teniendo un mal día. Enfilé la calle a buen paso (tenía prisa), maldiciendo la lluvia y los nubarrones laborales y mentales que (estaba claro) habían terminado por desencadenar la tromba de agua. Y entonces, al mirar para cruzar la calle, la ví. Una mujer diminuta caminaba a pasos muy cortos, cobijada bajo un paraguas gigantesco. Y lo alucinante: la mujer, como una equilibrista, a pesar de la lluvia y del aparatoso paraguas y de su propio moviento, llevaba un libro en la mano y leía. En ningún momento (ni siquiera al cruzar la calle, para mi propio sobresalto) levantó la mirada de esas páginas que eran tan importantes como para jugarse la vida. Y fue verla y deslizarme en mi piel de escritor, que es algo así como un traje de superhéroe con el que me pongo a volar de alegría cuando la vida me pone en las manos palabras así: era una mujer diminuta a la que, en los días de lluvia, le gustaba leer mientras caminaba cobijada bajo un gigantesco paraguas negro.
Pasó la lluvia y salió el sol. Y me cambié la piel, pero sólo por un rato porque después del trabajo me encontré (no sé cómo) en una de esas polvorientas librerías de segunda mano. No buscaba nada en concreto, así que ojeé títulos conocidos y desconocidos, acaricié lomos más o menos desgastados y metí las narices entre sus páginas (me encanta el olor de los libros viejos, ese olor picante, entre pimienta y tabaco). El libro que al final me compré me llamó la atención por sus tapas amarillas y por el nombre de su autor, William Saroyan, a quien nunca he leído y desde hace tiempo he querido leer. Leí la primera frase, el primer párrafo, y me hizo reír (el librero levantó la vista y me miró ofendido por encima de sus gafas). Seguí leyendo. Me estaba ganando el estilo desenfado y, sobre todo, la advertencia de la línea siguiente a las que me hicieron reír ("estoy escribiendo una historia seria, quizás una de las más serias que vaya a escribir jamás"). Pagué mi libro con la precipitación de quien paga a una puta en un momento de calentón y salí a la calle. Las siguientes líneas del cuento me dejaron boquiabierto. Contienen todo lo que alguien que quiere escribir necesita saber, son una pequeña deliciosa biblia sobre la precisión y el compromiso. Lo leí de un tirón sin levantar la vista (y sin dejar de caminar, jugándome la vida) pensando en que nada más llegar a casa tenía que escribir sobre la mujer del paraguas. Porque estas cosas pasan. Y hay que contarlas.

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