Thursday 5 February 2009

Bombón: El perro


Alfred Hitchcock solía decir que si metes un niño o un animal en una película corres el riesgo de arruinarla o de perder los nervios. Aun así, Hitchcock decidió arriesgarse e incluyó a esas criaturas volubles, impacientes y temperamentales en alguna de sus películas convencido, probablemente, de su enorme poder para conmovernos y afilar el filo del suspense. Está claro que los perros pueden funcionar a la perfección como elementos narrativos en el cine pero también es cierto que la mayoría de las películas “con perro” nos presentan una visión de los canes estereotipada y empalagosa. Los perros del cine son monos, ágiles, listos hasta lo indecible, leales hasta la muerte y cariñosos hasta la nausea. Por eso es una delicia encontrarse con una película como “El perro” de Carlos Sorin, donde vemos a un perro de carne y hueso, sin las babas de la comicidad o del sentimentalismo. La película nos cuenta la historia de Coco Venegas, un hombre de mediana edad que se encuentra en el paro tras el cierre de la gasolinera en la que trabaja. La vida no le va muy bien, pero él se enfrenta a su mala racha con una mirada limpia, donde caben la vulnerabilidad y la ironía, y una sonrisa tímida. Coco recibe un perro de una mujer a la que ayuda y casi sin darse cuenta se ve haciendo las cuentas de la lechera. Gracias al perro (Bombón, le dicen, es un magnífico ejemplar de dogo argentino) quizás pueda hacer dinero y salir del bache. Uno de los grandes aciertos de la película es lo hábilmente que muestra como Bombón, además de heredar los genes que determinan su raza, hereda también las ideas preconcebidas que la gente tiene sobre la misma: es un perro de guarda, es un perro de caza, es un perro agresivo, satisface unas ciertas características morfológicas que merecen ser premiadas en una exposición canina. Todo el mundo, menos Coco, que no sabe nada de perros, parece tener una firme opinión sobre quién es Bombón y qué se debe esperar de él. Bombón y Coco Venegas son personajes antitéticos: mientras al primero le viene definido su status en la sociedad por su raza, al segundo le cuesta hacerse un hueco en una sociedad que lo condena a cierta marginalidad precisamente por su indefinición: desempleado, intentando ganarse la vida vendiendo cuchillos tallados a mano, padre descolocado, marido ausente, demasiado viejo para ser joven… La aventura de Coco y Bombón nace de su inconformismo ante los roles que a ambos se les ha asignado sin preguntarles. Sorin nos cuenta todo esto con una sencillez desarmante y, precisamente por ello, su mensaje rebelde y liberador nos cala más hondo. Esta película no es sólo un canto a la amistad entre perros y humanos sino también un recordatorio de que los perros (y las personas) son siempre mucho más de lo que creemos, cuando les dejamos ser lo que realmente son.

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